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Las banderas en alto. Un grito. Las letras en retirada pintaron un lamento. El plomo avanza, los guanacos hacen gárgaras y las espumas por las comisuras brotan. El metal se detuvo, el escondite es un cerro de muerte. Al circo empiezan a llegar los condenados por pensar. Un estruendo, dos, tres, incontables. La savia cae al igual que sus raíces. Es tarde, la oscuridad engaña a los ojos, pero los oídos oyen al monstruo. El artista sin dedos ya ilustró su última proeza. El hombre libre de la alameda fundió el mango de su bandera y con ella se vistió de leyenda.

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