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El cementerio de la cultura


Aquí yace la cultura. Las expresiones se enfrían, desaparecen. A nadie le importa si un teatro hoy es un banco, y si mañana un edificio se erige en el mismo lugar. Las plazas vacías, las calles mudas, las voces sordas.

Aquí el silencio, las excusas y la individualidad, son los sepultureros. Los dirigentes los sonrientes floristas ajenos a lo que alrededor sucede.

Aquí las avenidas, las calles, las vías del tren, son plataformas de despegue desde donde los actores, las actrices, los músicos, los artistas emigran a otras localidades que reciben su arte con los abrazos abiertos.

Aquí los carteles dicen que es una ciudad distinta y diferente. Una ciudad sin colores, sin música, sin arte, gris como el cielo y el asfalto, una ciudad que se viste de verde para tapar las tumbas de la cultura por donde pisotean.

Aquí hay santos, en los nombres, en las calles, en las iglesias, en las bocas llenas de evangelios injustos. Los santos que hay aquí le rezan al dinero del cemento, y niegan que su origen provenga de la cultura de las personas, y que su trascendencia haya sido gracias a las expresiones culturales que los mantuvieron vivos.

Aquí, justo aquí la cultura muere.

Aquí la sepultamos y la abandonamos al olvido.

Aquí un teatro menos.

Aquí una ciudad menos.

Aquí una lágrima más que pronto se secará.

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