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Cinco y media (trece años antes)



Observa las agujas. Acomoda su silla. Está por ser la hora que tanto anhela desde que se levanta, sin contar las horas matutinas que debe aguantarse por esas cosas que nunca sabrá. 

La merienda está por ser merienda. Los dibujos animados de moda ya hace media hora que son transmitidos sin cesar por la televisión. La impaciencia lo desborda, desea escuchar una voz. Vuelve a mirar el reloj. No le cree, desconfía que este marcando la hora correcta. 

El sol afuera hace su último gran saludo del día. Ya va a ser la hora. Se apronta, nada debe salir mal. Se detiene por unos minutos a repasar las posibles acciones que deben estar pasando a sólo unas cuadras. Ya está seguro. El reloj le grita en la cara, él sonríe. 

Son las cinco y media. Agarra el teléfono, marca el mismo número que todos los días. Hola… le dice esa voz. ¿Cómo estas...? Responde él. 

Entre palabras y risas sienten, lo más parecido, a lo que una vez ella le describió como mariposas en la panza. Hablan muchas tardes más, las mañanas casi nada aunque estén pupitre a pupitre. Se ocupan celosamente de ocultar esas mariposas hasta la hora que ella diga Hola y él ese Como estás. 

Pronto llegará el día, ese día parecido a cualquiera de todos los demás, en que ella no contestará. Él se arrepentirá al darse cuenta que las mariposas son mariposas, y que hay equivocaciones que se equivocan sin importar la altura de una terraza. Ahí sabrá que no sólo debe jugarse por las maravillosas historias entre cartulinas y playmobiles.

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