De un momento a otro cayo en la cuenta de cuanto había caminado sin rumbo alguno, está cansado, siente el peso de las piernas y la conciencia empieza a jugar un juego peligroso para su debilitada mente. El destierro lo deteriora, cuando esta allí debe enfrentar a los fantasmas de su vida y hasta a él mismo. Cuando logra salir y volver, por momentos, debe lidiar con esa imagen borrosa que le duele. Quiere escapar, irse, que todo termine. En el fondo sabe que sólo le queda resistir. Desea tantas cosas, como volver a atrás el tiempo, que las equivocaciones sean triunfos, que los aciertos sean sinceros y que las palabras sean silencios. Desaparecer, no leer, no mirar, no preguntar, solo tiempo. Un tiempo en el que debe buscar el enfoque, descubrirse de nuevo, recuperar lo que su idiotez innata le hizo perder. Pasa los días con la misma rutinaria mascara para ocultar su derretida cara que no le permite volver a verla a los ojos. Dentro de él sabe que su calvario es su invento, que esa luz artificial jamás lo alumbrará. Encandilado va, sin poder desencantarse, dejándose a un lado de aquellos a los quiere cerca. No es enojo, no es rencor, sólo es culpa de su podrido sentimiento. No soporta que sea así, pero nunca aprendió de otra manera.
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