Al costado del camino miles de
estandartes se elevan sobre su cabeza, pesadas marcas de viejas pisadas decoran
las piedras que debe esquivar. El frío de las fogatas encienden las pupilas de
aquellas sombras que lo miran al pasar, él se siente solo,
pero esa soledad impuesta es su fortaleza, sabe que llegará y una vez frente a la puerta
deberá luchar. Hace rato que el filo del metal lo abandonó, la hechicería
aprendida se apagó, tiene en sus manos transpiración y tierra, en su cara las
marcas de las heridas a las que venció. ¿Habrá algo más parecido al inframundo?
Sólo sus dioses lo sabrán, no lo imagina, pero transita en cada roca sabiendo
que no volverá. No tuvo despedidas, ni bienvenidas tendrá. Castillos de niebla
lo llaman, voces de sonrientes muertos desean desviarlo, la perversidad
femenina lo invita a descansar. El Caminante sigue, siempre seguirá a pesar de
la flor y la arena, a pesar de su mar y el río consejero, a pesar siempre y a pesar
de cada abrazo que nunca sentirá. Nunca más muerto, nunca menos vivo. Heredero de
malditos linajes, único hijo de una pálida estrella, dueño de una casa que al
final debe levantar.
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